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miércoles, 7 de noviembre de 2007

Madrugada tras las campanas

A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, España, este gran País Enorme que es mi Matria “Fatriernal”, era un hervidero de maravillosos y embriagados intelectuales, tan grandes como la propia Matria “Fatriernal” por la que vagaban y rodaban: erraban.
De ciudad en ciudad, de provincia a provincia, como si se encontrasen en el interior del juego de la oca, disfrutando, que no se enmascaran, al comparecer públicamente, en seres machacados ni perseguidos ni despojados del derecho de expresión.
Así Hemingway y “el animal más bello del mundo” y “la Bacall”, paseando entre toreros y cocineros y vinateros a velocidades de vértigo. En cada una de las múltiples Fiestas de la geografía Hispana, una generación perdida que se reencontró, sobre todo, en los ya afamados San Fermines.
Recortada su figura sobre la barrera de sombra, sobre los toreros, ante la muerte y con un puro en la mano, el egregio Orson Wells: cineasta inglés, emigrado a América, a la que engañó por varias veces y nunca por rancias razones, finalizó sus días de la década de los cincuenta y sesenta enamorado de España.
En nuestra tierra de buenos escuderos y malos señores, recibió dinero del productor Emiliano Piedra, para rodar el film que sonase más inteligente a la inteligentzia europea del momento, los señorcitos del “Blowup”, “Campanadas a Medianoche”.
El mismísimo Orson salió a la búsqueda de exteriores en toda Castilla, donde rodar.
Por aquí, por allá, de fiesta en fiesta, acabó en Aranda, en nuestra Villa, hospedado en el Albergue de la Virgen de las Viñas, donde hoy está ASADEMA, frente a la Policía Nacional.
Tras darse buenos chapuzones por la ribera en el hondón de nuestros riberas durante varios días, en la ruta de las bodeguillas arandinas, finalizó aquella noche, como siempre, enganchando a las “cuatro rosas”, en su habitación.
Allí lo encontró a la mañana siguiente la encargada de asear y arreglar la habitación, tumbado bocabajo, expeliendo un hedor alcohólico en el sopor del coma etílico.
Reaccionó desde el nerviosismo inicial y llamó a un taxi, al no conformarse con la apariencia del que fuera un gran embaucador para quitar la seda a los monos que visten murmuraciones.
Elevaba el taxi el polvo de la carretera con la velocidad de la urgencia, para salvar a quien no se veía las rodillas, pero jugaba con la muerte, con la muchedumbre, a reírse de la misma, con su rostro panzesco.
Le salvaron la vida: ya sólo era el fantasma que interpreta a Shakespeare (su padre)
Diairo de Burgos, Septiembre 2007

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