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sábado, 4 de abril de 2009

Lobos con piel de cordero

“¡Qué viene el lobo!”, gritaba el Pedro del cuento, que era Pedrito, de pura inocencia. En cuarenta y cinco años de vida, ha lugar para toparse con lobos de distintos pelajes y con los de peor pelaje, incluso, aquéllos que causan angustia y ansiedad a la alma, si la tuviera, los que portan un pelaje humano, “demasiado humano” (como el lobo Nietzsche y su bigote bueno para una canción) En manadas atacan enfurecidos a la presa, ¡qué poca prosa en sus zancadas de prisa!, y rasgan y degüellan y sacian su sed de sangre al instante. ¡Qué terrible resulta coincidir mientras atacan!

Ni la presa conoce que se halla vigilada por la mirada taimada de la manada íntegra y que más pronto o ahora, a su descuido, se alzarán, se lanzarán, caerán sobre ella, en su bendita mirada de inocencia, seccionada con la violencia de las garras que desgarran de estos lobos sanguinolentos.

Atacan en manada pero todos miran al mismo misterioso y propio lugar, las pupilas argentas del lobo viejo, rejuvenecido a  cada momento y siempre con la sangre que derraman sus adeptos pupilos obedientes.

¡Pobre víctima que camina las calles vestida de su ignorancia sobre lo que se le vendrá encima al solo y sordo chasquido de los dientes prepotentes del putañero lobo viejo, la señal inequívoca que la manada obedece y la pone a la labor de lo que debe de hacer!

¿Por qué la pobre víctima no lo ve ni siente su llegada y llagada se paraliza de temor por ignorancia? El mundo ha disfrazado al lobo con piel de cordero.

El mundo en el que vivo, todos nosotros, le prestamos al lobo una dulce piel de cordero para que busque, olisquee y mate a quién no se sabe ya muerto, quien no se ve como víctima propiciatoria.

El mundo lo permite, caminar al lobo con su disfraz, con tal de no ser ellos la víctima  que el lobo se lleve al hocico, la sangre que lo alimente y lo rejuvenezca.

Pedrito no mentía al gritar “que viene el lobo, que viene el lobo”, si vio al lobo a pesar de su disfraz de cordero, y a la vez, intuyó, inopinadamente, que iba a ser él la víctima propiciada. El mundo en su mayoría corría a defender a Pedrito tan sólo de su grito lingüístico e ignoraban al lobo, porque ellos le permitían disfrazarse, lo habían disfrazado.

Pedrito acaba sus días, muerto y tú y yo, probablemente, oprobiosamente, evidentemente.

A no ser que desenmascaremos al lobo...

A no ser que desenmascaremos al mundo...

Y procuremos salvar definitivamente a Pedrito.