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sábado, 12 de julio de 2008

La “gorrilla” más simpática de la ORA arandina

Mi mujer es maravillosa, y me emociona.

Siempre se ríe, nunca llora, y las desgracias, junto a ella, son menos, o, al menos, duelen como un pinchacillo, como una de aquellas inyecciones bien puestas que inoculaba el bueno de Fernando, antiguo practicante, que miraba más a la persona; a lo que somos hoy en día poco dados, ciertamente

Vuelvo a repetir que mi mujer es sorprendente, y no me cansaría de repetirlo.

En Aranda todo el mundo la conoce, la detienen por la calle, dialogan con ella, si es sobre el trabajo, que ella sabe dialogar; o conversan sobre las cosas más cotidianas, que ella sabe escuchar, sin que parezca esa escucha del que mete baza. Le sacan conversación y ella toma el hilo, y se preocupa, desde ese mismo momento por esa persona. El otro día a un usuario, como ella nos denomina aunque conoce a la perfección el nombre y sus dos apellidos, le destrozaron la luna de su coche en Calle Ricaposada, y ella preocupada, avisó y quedó esperando a que alguien se hiciera cargo, y ayudó a quien vino, soliviantada porque pudiera ser un robo. Hoy, ha llegando llorando a casa, porque a uno de los usuarios, como ella nos denomina, del que conoce su nombre, le habían participado de una mala noticia familiar, y salió al exterior para que no se le pudiera advertir en el rostro el sufrimiento. Sé que ella intentó calmarlo y exponerle que no siempre hemos de mirar el lado oscuro de las cosas, y le expandió las posibilidades a más que sólo una. Todo ello junto a una señora, que también lloraba.

Mi mujer es una de esas “gorrillas”, como las denomina todo el mundo, y, a veces, despectivamente, que caminan ocho horas diarias por las zonas de aparcamiento vigilado. Hay algunas, y pocas, personas que creen que se dedican con exclusividad a disponer unos papeles de denuncia en los parabrisas de los automóviles. Hay quienes creen que son elementos de segunda clase, que dispone el ayuntamiento para que se utilicen para disparar sobre ellos toda clase de improperios. De esto, también hay, que existe el gracioso de turno que las quiere “putear”, que es la expresión. A mi mujer siempre le he escuchado decir que una palabra amable, adecuada, les calma siempre, y que, si empezaban la relación con ella en el plano del improperio, la finalizan hablando de los hijos, de las vivencias más oportunas, cualquier cosa. Se van descubriendo que siempre hay otra manera de mirar la vida. Con ella es así.

No creo que en esta mi ancha y procelosa villa que me embriaga con su olor a Duero, exista un solo habitante que no haya mantenido con ella aunque sólo sea una mínima conversación. Si la ven, recuerden que les va a sonreír siempre, porque estos “gorrillas”, simpáticamente, inigualablemente, ayudan en situaciones mucho más trascendentes o elementales, más allá de la simple y antipática sanción, a las personas.

En cualquier otro lugar, cuando encuentro a uno de estos vigilantes imponiendo una sanción, veo en él a alguien que, como mi mujer, se encuentran en la calle misma, son los primeros que se hallan en las turbulencias que sufrimos en las calles, o en la serenidad de una conversación, sé que ayudarán.

Y les sonrío.