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domingo, 23 de noviembre de 2008

Madame de Alnouy en Aranda

Madame de Alnouy, bella mujer francesa, libre, linda, inteligente, alegre y combativa, trabajaba para Francia, según cuentan, colocando espías en los puestos importantes de la administración española, para alcanzar así el control absoluto de deliberaciones, decisiones, fechas, y todos los secretos de un estado de secretarios corruptos.
Madame de Alnouy, bellísima mujer francesa, rubia y alta, la Mata – Hari del siglo XVII, la “judas” espejo de futuro, viajaba por España, fundamentalmente en la N – I, para colocar, según cuentan, a “sus” espías invisibles, rodeada de excelsos y nobles caballeros españoles, Federico de Cardona y Don Fernando de Toledo, como no imaginábamos menos.
Madame de Alnouy en uno de sus viajes de “colocación”, se detuvo en Aranda, donde durmió, “tras una terrible jornada” desde Lerma. Al llegar a Aranda, en la posada en la que pensó reponer fuerzas, en una noche de “gran niebla mezclada con lluvia”, el ventero les informó de que no tendría pan que darles, que lo requisó el Alcalde.
Los Alcaldes de Aranda ya han tomado decisiones incomprensibles para sus conciudadanos desde antaño, al menos desde el siglo XVII, al menos desde el siglo I a.c. 
Tuvieron pan, sin embargo, porque los señores son señores y las mujeres francesas en Aranda una oportunidad de película, y más pan del que precisaban y lo cedieron al tiempo al “ventero y su familia, que estaban pasando gran necesidad”.
Nos habla la mujer francesa españolizada a fuerza de trabajar por la traición, del correo en España y como por un vino te lo venden “los viandantes que lo portan”, y se revelan los secretos del corazón y otros, de los demás.
Leyendo y traduciendo una carta que le venden por un vino (hoy hay “viandantes” en el ayuntamiento que por lo mismo, lo mismo) se presenta el hijo del alcalde, valiente, galante y fanfarrón, lo que ella denomina con la palabra “guap”. Lo describe en sus ropajes y como un tipo muy perfumado; y él se presenta como hombre corrido y de corridas (de toros, y de las otras, por supuesto, que es de lo que más se alardea siempre en este ayuntamiento)
Lo peor, al dormir. Descansando en su catre con colchón, siente humedad. Es agua, que ha llegado al cuarto piso de la venta. Sí, como lo oís, y Madame de Alnouy espeta “¡ay, Dios mío, he recorrido un largo camino para venir a ahogarme en el cuarto piso de una venta de Aranda!”.
¿Qué personaje de la actualidad podrá mirarse en Madame Alnouy y observarse en esa misma imprecación? Adivina, adivinanza.

sábado, 15 de noviembre de 2008

¿Extremo- duro o hiper – blando?

Robbe cantaba la letra “cago Dios, en Cáceres y Badajoz”, mientras golpeaba rítmicamente con un punzón metálico sobre una botella de anís de esas con la imagen del mono, imagino. Aquello representaba una trasgresión – no sólo por la letra, también por la música tradicional extremeña mixtificada con el rock and roll.
Y la actitud.
Cada concierto de Extremoduro en sí mismo considerado, es una performance, un acto espontáneo, situacionista, en el que nunca se presiente lo que va a ocurrir.
Uno contrata a Extremoduro o te encaminas a un concierto de los mismos, para dejarte llevar por la “deriva”, una deriva que te conduzca a experiencias cercanas a la ganancia de la realidad, a la relación real con la verdad y la certeza, catarsis, no poseer ni cuerpo ni sentidos.
Acercarse a esa ley transgresiva en cada palabra que se masculla sin sentido. En una sola alocución “hacer lo que te salga de la noesis voluntariosa y no de los intereses romanos”.
Cada concierto de este grupo brusco es una catarsis, una crisis de renacimiento, donde algo se destruye y muere y renace algo novedoso. Salvo en el de Aranda, curiosamente. No pudimos concertar concentradamente a la esencialidad de Extremoduro de vocación catártico – destructiva, sino que finalizamos rematados en un espacio de folclore dominador.
Todo se hallaba endemoniado aquella noche, lo de fuera, lo de dentro, el amor y el odio y hasta la locura. Una noche en la que todos los gatos (y los gastos) son pardos, y que, en vez de un concierto de extremoduro, nos encontrásemos reviviendo uno de “El canto del loco” o de Karina y sus flechas amorosas neonulsando sobre las barbas prestidigitadoras de algún concejal o en las de otro, inamovibles.
O en un concierto folclórico, donde sólo se echaba de menos al “tuerto de Valdorros” junto al “Empecinado”, batiendo palmas.
¡Por Dios!
Debieran devolvernos el dinero porque no asistimos a la catarsis deseada que se propicia en todos los conciertos de nuestro grupo favorito, porque no pudimos romper el pavimento para buscar bajo el mismo la arena de la playa ni lanzar sobre el escenario la ira y la vergüenza, la desecación anímica que provoca oír al concejal “pptc” declarar que “está dispuesto al tripartito” como quien se dispone a un trío kamasutriano.
Que nos devuelvan el dinero porque no existió nada de aquello que esperábamos de un concierto de extremoduro. Resulto “hiperblando”, que hasta una adolescente me gritó al oído “Robbe” como su madre gritaba antaño “David” (Summers, por supuesto)
Nada, lo dicho, que nos devuelvan el dinero, la pasta, etc., por la ausencia de catarsis; y eso que Robbe lo intentó, calentando el ambiente a su manera.
Pero ná de ná. Ni la presencia policial animó, más allá de lo folclórico, el ánimo etílico de los concurrentes.
La próxima vez me encaminaré a un concierto de verdad, al de Maria Cristina por ejemplo, que al menos nos quiere dominar.