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lunes, 31 de agosto de 2009

Pregón de las fiestas de San Antolín en Nava (2 de Septiembre del 209)

Navarruscas y Navarruscos:

Hoy, dos de septiembre, os convoca de nuevo aquí, a setecientos noventa y cuatro metros por encima del aburrimiento, de la dejadez, de la envidia, de todo aquello que a los humanos nos convierte en salvajes, este Santo aventurero, que irradiaba bondad, alegría, humildad, San Antolín.

Cada dos de septiembre, como hoy, dos de septiembre del 2009, San Antolín paraliza el mundo, para que todos miremos a esta pequeña población en habitantes, pero tan enorme en su alma festiva, Nava.

Nava, topónimo prerromano que significa tierra llana entre colinas, es un población cuyas gentes han cantado por sí mismas siempre su gozo y su fiesta y en verdad, para el pregonero lo que es obligado, más que pregonar su fiesta hoy aquí, es pregonar al mundo a que peregrine a Nava, donde la luz que irradia ésta, provocará en el que viene a ella un rumor en su ánimo que proviene del canal del Riaza, del camino de la Raposera, del Arroyo de la Pradena, de La Nava y de la Vega o de Torrubia, pero, fundamentalmente, de la mirada amable y recta de cada uno de sus habitantes y que es esencia en su memoria.

Yo llegué aquí y aparqué en las traseras de la Iglesia de San Antolín, a la sombra alarga de su torre neoclásica, al amparo de cuatro siglos y su Cristo gótico. Anduve este pueblo español buscando en esta encrucijada de caminos, la misma soledad que San Antolín iba buscando por los bosques de Toulouse, su paz. Y yo buscaba esa paz de espíritu, entre sus pinares y viñedos bien alineados, en la mirada larga a la que su horizonte obliga.

Yo llegué aquí muchas tardes soleadas de domingo para que mis pasos discurriesen por vuestros pasos antiguos, como si vosotros no fueseis los habitantes actuales de este pueblo si no aquellos antiguos habitantes de esta tierra, que en el siglo X la repoblaban, o aquellos vecinos a los que en 1143 les fue concedido el fuero de Sepúlveda por el Rey Alfonso VII por la que surgió con sus leyes, o aquellos hombres y mujeres que en 1591 fueron relacionados en el censo de vecindarios de la Corona de Castila, en cada uno de los 186 hogares que constituyen su primer ayuntamiento constitucional en 1842, esos mismos 605 vecinos que tuvieron que asistir atónitos a su destrucción en el siglo XIX por culpa de la primera guerra carlista.

Porque la memoria de Nava esta forjada de tierra y sangre. Y a pesar de su destrucción supo erguirse de estas desgracias que portan la política y habéis sabido forjar de nuevo la riqueza que no podían arrebataros, porque la tierra es vuestra sangre y corre en vuestras venas. Amanecí en Nava uno de aquellos domingos y tuve la impresión de entrar en un pueblo de insólitas magnitudes. Magnitudes que no vienen medidas por su superficie sino fundamentalmente por vuestra alma de encinas y robles quejidos, de pinares y viñas, que es un alma líquida, de agua del Duero y del canal del Riaza.

Os invito a que subáis al Alto de Rubiales y miréis desde allí conmigo al otro lado del Océano. Cuba, Argentina, han visto arribar a sus puertos a muchos navarruscanos por culpa de aquellas guerras carlistas y la filoxera. Gentes a las que les dolió aquella destrucción de su pueblo, que lo perdieron todo y emigraron, porque siempre creemos que la distancia nos curará las heridas y nos dará el olvido. ¡Qué equivocado! Algunos descendientes de aquellos que marcharon retornan a veces por aquí y descubren el espíritu amable de los 295 vecinos actuales. Os invito de nuevo a que subáis al Alto de Rubiales y desde allí miréis a las nuevas tecnologías, a ese río inmenso que es Internet. Encontramos allí a Gonzalo, a Dora y Crispulo, a Elena y a Doña Florencia, buenas gentes buenas de este pueblo, que abrieron su corazón, las puertas de su casa, y varios días de su vida a un descendiente de uno de aquellos que marcharon contra sí mismos, que le mostraron que aquí la vida sigue siendo llana, castellana, pura y amable. Todos estos nombres tienen para mí el rostro de unas fotos familiares colgadas en la red, y os representan a todos. Lo mismo que el nombre que las cuelga, el que retorna, Juan Miguel Grau. Que bueno sería que siempre mirásemos y nos reconociésemos en ese espíritu que guía a quien vuelve y le muestra todo lo que se ha hecho desde entonces, como se reconstruyó el pueblo contra la filoxera y con el olvido de los rencores políticos.

Subid, subid siempre a este Alto de Rubiales y mirad desde allí el pasado que nos forjó el hoy en el que vivimos y observar desde allí a ese Santo al que hoy celebráis. Este San Antolín martirizado, que también fue apresado por propagar el amor, la amistad, el venid a mí, en varias ocasiones. San Antolín, que vio surgir su vida como la nuestra y la vio quebrarse por celebrar la vida. Y eso es hoy lo que hemos de celebrar, la vida, el amor, la amistad. Eso es esta fiesta, decir la vida en cada grito, en cada brindis con los caldos de estas tierras, en cada mirada que os donáis, en cada sonrisa que ofrecéis al mundo. Por eso traigo hoy a aquí mi corazón junto al vuestro, para que se repare dando tumbos por estos bosques de encinas, de pinos, por los viñedos, para henchirlo en cada vid como si fuera fuente, para lavarlo con el agua del canal del Riaza, para revivirlo con la fuerza que donáis al dar la mano. Sabedlo, que quien bebe de los caldos de esta tierra no se le oyen quejas y sí alborozos de la mujer dichosa, como decía Carmen Conde; que quien camina estas tierras ya no llora más, que su mirada se hace arrullo y encanto y embruja a quien lo mira.

Navarruscanos, mirad a vuestro Nava unido siempre por la naturaleza y vuestro trabajo y que es vuestro futuro. Un futuro que ya es presente, que se encuentra en las remodelaciones de vuestro pueblo, en los viñedos que habéis plantado, y que deben hacer desaparecer el sin sentido que a veces surge de nuestra capacidad de complicarnos la vida por nada.

Invito y exhorto a los visitantes y al mundo en general a que pierda el cuidado en venir por este pueblo, a estas gentes. Un pueblo, unas gentes líquidas, que no sólo no calmaran la sed, sino que os incendiaran el amor por la naturaleza, hasta la vehemencia. Un incendio que no lo apagará ya nadie, porque sube en una leve y suave pendiente hacia el sol por las vides.

Os invito a levantar la frente, la mirada contemplativa, el exuberante ímpetu, el esfuerzo común para que leáis conmigo un verso de Ridruejo que dice “como quien, comenzando en la memoria, no vive sino para la esperanza”.

Que no disminuya este valor y que las jóvenes generaciones lo porten como antorcha que les muestra el camino más allá de las tiniebla políticas, que lo tomen como su desafío y los días venideros sean para ellos siempre un subir a ese Alto de Rubiales a mirar su pasado, a mirar a San Antolín, a lograr su futuro.

Navarruscanos, permitidme brindar desde este balcón de la casa consistorial, en esta plaza palaciega, por vuestro ilustre, excelso pueblo, con un vaso de sangre litúrgica de Nava, y recitad

Brindemos amigos y amigas

Por el sol y las vides

Pilares que sustentan

A Nava en Castilla;

Brindemos amigos y amigas

Por el cielo y la tierra

Perenne presencia

De Nava en Castilla.

Querida Alcaldesa, queridos Navarruscanos, me habéis otorgado un honor que no merezco, pregonar vuestras fiestas y ojala este honor os lo devuelvan los dioses que habitan estas tierras, ese azul cielo, ese sol que es vida clara, esas estrellas que envuelven vuestros sueños; y que al verde del invierno le suceda el amarillo del verano y el rojo del otoño. Verde, amarillo y rojo, colores de la naturaleza y del honor de una tierra, en la que nunca este muere. Y viva siempre vuestra dicha tallada en encinas y pinares, en robles y viñas.

¡Y viva siempre San Antolín!

¡Y viva siempre Nava!

¡Y viva siempre San Antolín!

¡Y viva siempre Nava!

Y a vivir la fiesta.