Motigo Webstats - Web site estadísticas gratuito El contador para sitios web particulares
Contador gratuito

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Juan Carlos Estebanez, literatura y vida

Canta mi buen amigo y poeta Fermín Heredero, que “hay días que la luna se pone de costado”. Seguramente, al día siguiente, en la mañana o en la tarde, esa misma luna se clava en el corazón o en el ánima a traición, desde la tipografía de un titular de prensa. La prensa, a veces, ¡si no la leyésemos!

Siempre la leemos, y más, por hacer tiempo mientras aguardamos a que comparezca el médico de guardia para atender una dislocación de la muñeca en nuestro hijo. Aguardo en el bar, uno cualquiera, ese mismo que hace esquina cercano al hospital, tomando el café. Abro el diario del día, paso la hoja y a otra hoja, bebo sorbo a sorbo el café, y aparece en la página impar del mentado diario la fotografía de Juan Carlos Estébanez y pienso que alguna nueva obra se amasó de sus manos…pero la vista se va al lado derecho de la página impar y a la palabra “fallece” y lo acompañaba un número que favorecía la indignación, cuarenta y siete. No daba crédito a la lectura que realizaba mi vista. No lo creía. ¿Juan Carlos Estébanez fallecía a los cuarenta y siete años de edad? ¿Estébanez Gil, el investigador burgalés, el técnico del Instituto Municipal de Cultura, trabajador infatigable, escritor preclaro y exhaustivo, al que los escritores burgaleses deben el auge que les va irguiendo y colocando sobre el mapa? Vuelvo a convencerme de que es imposible que se trate de él, imposible, que hace nada se hallaba en su puesto de cultura, en su puesto de investigador, sazonando Burgos con los últimos versos, con las últimas narrativas, con las últimas investigaciones de los otros y de él mismo. Un cruel topetazo de la taimada suerte perpetrado en este titular que deja a quien lo lee descolocado de esquina y doloso de alma. Me observo y me siento huérfano, frágil, con una inmensa oquedad cubriendo el cuerpo y el alma como póstula, desvalido. ¡No quiero creerlo!

Reinicio el sistema de mi ánima, reinicio el escrito.

A veces doblas una esquina para tomar un café y matar el tiempo repasando pausado e indiferente los titulares del día, cuando lo que se dobla sin dobleces es tu ánima aristotélica no más lees “Juan Carlos Estébanez…fallece…cuarenta y siete años…” Impotente, inservible, marco el número correcto a pesar de los temblores de un amigo común y se mitigue así el pasmo mortuorio que me cubre cruel. Cuando leo luctuoso el titular este amigo común cubre el sí que lo constata con una pátina de lágrima grimosa y larga que atempere el golpe. No lo intentes, imposible. El golpe inmisericorde y monstruoso, neroniano, se ha incrustado como fiera o caníbal, sayón, en nuestro corazón y sentir la crudeza de allegarte a un prójimo próximo, y toda su grandeza. No lo desincrusta ni palabra pía o cerba, solo la negación imposible de lo ineluctable.

Juan Carlos Estébanez Gil, del cual otros ya han glosado su figura de crítico escritor, de profeso profesor ex - profeso, de investigador confeso, su devoción servicial por la cultura y su ilustración civilizada, lo recuerdo, lo recuerden otros al tiempo, que debemos, que deben, como el escritor que se empeñó en que otros escritores burgaleses, en que la literatura burgalesa, fuese consistente y se pudiera hablar de ella y se la señalase con el dedo a su paso cortés, a su peso de progreso. Desde la atalaya de su despacho se empachó sin despecho ni despeño de todos los manuscritos que han estado y que luego han sido de autores burgaleses que han publicado en todos estos años de IMC o de JCE, es lo mismo. Hasta el último día de su vida, socráticamente, ha acudido al encuentro de estos manuscritos, de estos autores, de esta literatura, que es tan suya como nuestra como de Burgos, sin anunciar su enfermedad, sin pedir nada a cambio de esta bondad. El auge de la literatura en Burgos, uno de sus reales legados plenos.

Se le recuerda, está presente enorme su figura, y el recuerdo debe ser de las instituciones también, en tanto a su figura. Pero se ha de pedir asimismo que se salvaguarde su espíritu, su forma de hacer, inteligente e imaginativa, su entusiasmo por ver desde su altura humana más allá de nuestra tiempo o su conciencia compleja, su comprensión sensible y reflexiva, vivencial, de todo aquello que se le daba, de todo aquel que se le acercaba; que no se olvide su aliento demiúrgico sobre la idealidad burgalesa para elevarla a realidad universal. Todo su acogimiento altruista que permanezca en todos nosotros, el mejor recuerdo.

No hay comentarios: