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martes, 26 de mayo de 2009

Para yacer en el averno con imperturbabilidad

El cielo es un lugar para ver, para caminar, para disfrutar, necesario a todos aquellos que en esta vida, a la que nos halan miserablemente, ni han caminado ni disfrutado ni visto su vasta totalidad. Al resto nos resta aguardar a coleccionar los días que ese averno tártaro de abismo y perdiciones nos reserva. Tanto hemos realizado algunos ya en esta vida nada dadivosa pero voraz, que en la mitad de la misma, sólo nos conviene traicionarnos a cada momento. Siento proclamar contradictoriamente que no nos debe de importar, porque volver a repetir los mismos errores que ya hemos cometido y acertar con lo que ya habíamos atinado, no nos conduciría si no a la nada etérea del limbo rumboso e inexistente. El eterno retorno proclamado por Nietzsche, ese ser bigotudo que murió de la sífilis trasmitida por una flor de lis veneciana, es cosa de jugadores de ventaja, no de los mortales que preferimos levantar las cartas con el excitación exacerbada y el cosquilleo polvorilla propio del que ignora lo que le aguarda. El futuro, esa finalidad que hoy no utiliza nadie para dirigir sus actos porque alguien – sin duda, algún dios olímpico – propuso como moda de la clase media el “carpe diem”, eso tan liviano que indica que se viva el momento, cuando el momento es un instante perturbado siempre, y no es el tiempo del presente. Desdichado Ortega y desdichado Gassett, bueno siempre para la misma ocurrencia nada ingeniosa, que propuso lo suyo para que los inveterados españoles, a los que quiso relegar a las cavernas de Atapuerca por ser masa, lo pospongan y le posterguen al último lugar de un temario, justo a lo que no se explica porque ya no se dispone de tiempo. Decía que nos queda la traición y algo más, por supuesto. Ese algo más que se ostenta como un sueño suntuoso y que nunca se consuma porque si se cumple concluye la vida. Así que lo posponemos, así como otros posponen las circunstancias Orteguianas y no las salvamos. Ese algo más que sólo recreo en la mente entretenida en trementinas y mensualidades. Este algo más consiste en visitar en el cementerio de las personalidades muy muertas, muy ilustres, del cementerio de Pere – Lachaise, la tumba comprimida y muy humilde de Jim Douglas Morrison, nacido en 1943 y muerto en 1971, y poder leer la inscripción que figura en su lápida Kata ton aimona eaytoy, mientras me apasiono cabalgando  la serpiente in the end of my fire. De hoy no pasa, querido Ortega und Gassett.

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