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jueves, 29 de enero de 2009

Para ser un buen político (ayer y hoy)

Antiguamente, para triunfar en política o, al menos, para que el público en general te mantuviera en la fama (cárdate la lana y échate a dormir), se precisaban, como imagen, que no imaginativamente, tres particularidades en su atuendo.

En primer lugar, el sombrero, que aportaba a la imagen cotidiana de las personas dignidad. Traer a la memoria y remembrar, la imagen de Churchill o de Ortega y Gasset; o de la malograda Rosa Luxemburgo. Ese sombrero que cubría la presencia o ausencia de ideas, al menos, procuraba una sobriedad, gravedad y nobleza impostada, la hipóstasis divina.

Hoy, el sombrero se abandonó y se sustituyó por el traje de corte italiano. Ese mismo que en las películas de los setenta, portaban con chulería mafiosa los proxenetas contra los luchaba Serpico o Jim Kelly, el karateka negro, junto a Jim Brown en “Los demoledores”. Era el traje de los malos del cine.

En segundo lugar, una tripa de Buda, que transmitiese tranquilidad, el aplomo ante los problemas, y que a cualquiera le forjaba imperturbable. Todos necesitaban un político que brotase como un hombre de sosiego, con la paz de espíritu, que, desde el silencio cuasi monacal, podía afrontar con frío equilibrio, cualquier desorden caótico provocado por los políticos sin tripa de Buda, que sólo perpetraban la conmoción de su furia acalorada, la inquietud convulsa en oleadas efervescentes de incomodidad. Allí comparecía el político, a la manera de Charles Laughton en “El proceso Paradine”, antes de que nos mostrase la manera de ser malvadamente dañino en “La sombra del cazador”.

Hoy en día, al contrario, el político ha modificado su ser de panza de Buda, por una estricta tripa “bifidus”, que no sé si es asimismo un dios o un utilitario modo de mantener un política de regularidad intestinal.

En tercer lugar, al mirar a las viejas fotografías de los antiguos políticos, éstas nos los muestran con una cara de ansiedad rotunda, inquietos, un rostro de afán, a la expectativa de lograr la solución más adecuada. Ese rostro de ansiedad es propio de quien tiene hemorroides (“u almorranas”, que explicaba Jesús Guzmán, sempiterno cartero), la tercera peculiaridad de un buen político.

Hoy en día, esa cara de inquietud, de ansiedad, lo “hemorroidal”, se mantiene, aunque no tenga su finalidad en hallar el problema, sino en quitarse de encima al pelmazo del ciudadano preguntón.

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