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sábado, 15 de noviembre de 2008

¿Extremo- duro o hiper – blando?

Robbe cantaba la letra “cago Dios, en Cáceres y Badajoz”, mientras golpeaba rítmicamente con un punzón metálico sobre una botella de anís de esas con la imagen del mono, imagino. Aquello representaba una trasgresión – no sólo por la letra, también por la música tradicional extremeña mixtificada con el rock and roll.
Y la actitud.
Cada concierto de Extremoduro en sí mismo considerado, es una performance, un acto espontáneo, situacionista, en el que nunca se presiente lo que va a ocurrir.
Uno contrata a Extremoduro o te encaminas a un concierto de los mismos, para dejarte llevar por la “deriva”, una deriva que te conduzca a experiencias cercanas a la ganancia de la realidad, a la relación real con la verdad y la certeza, catarsis, no poseer ni cuerpo ni sentidos.
Acercarse a esa ley transgresiva en cada palabra que se masculla sin sentido. En una sola alocución “hacer lo que te salga de la noesis voluntariosa y no de los intereses romanos”.
Cada concierto de este grupo brusco es una catarsis, una crisis de renacimiento, donde algo se destruye y muere y renace algo novedoso. Salvo en el de Aranda, curiosamente. No pudimos concertar concentradamente a la esencialidad de Extremoduro de vocación catártico – destructiva, sino que finalizamos rematados en un espacio de folclore dominador.
Todo se hallaba endemoniado aquella noche, lo de fuera, lo de dentro, el amor y el odio y hasta la locura. Una noche en la que todos los gatos (y los gastos) son pardos, y que, en vez de un concierto de extremoduro, nos encontrásemos reviviendo uno de “El canto del loco” o de Karina y sus flechas amorosas neonulsando sobre las barbas prestidigitadoras de algún concejal o en las de otro, inamovibles.
O en un concierto folclórico, donde sólo se echaba de menos al “tuerto de Valdorros” junto al “Empecinado”, batiendo palmas.
¡Por Dios!
Debieran devolvernos el dinero porque no asistimos a la catarsis deseada que se propicia en todos los conciertos de nuestro grupo favorito, porque no pudimos romper el pavimento para buscar bajo el mismo la arena de la playa ni lanzar sobre el escenario la ira y la vergüenza, la desecación anímica que provoca oír al concejal “pptc” declarar que “está dispuesto al tripartito” como quien se dispone a un trío kamasutriano.
Que nos devuelvan el dinero porque no existió nada de aquello que esperábamos de un concierto de extremoduro. Resulto “hiperblando”, que hasta una adolescente me gritó al oído “Robbe” como su madre gritaba antaño “David” (Summers, por supuesto)
Nada, lo dicho, que nos devuelvan el dinero, la pasta, etc., por la ausencia de catarsis; y eso que Robbe lo intentó, calentando el ambiente a su manera.
Pero ná de ná. Ni la presencia policial animó, más allá de lo folclórico, el ánimo etílico de los concurrentes.
La próxima vez me encaminaré a un concierto de verdad, al de Maria Cristina por ejemplo, que al menos nos quiere dominar.

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